Revelan el misterio del color de las vasijas ancestrales del Noroeste Argentino
El investigador del CONICET Guillermo de la Fuente, fue participe de un estudio que permite desentrañar cuál fue la tecnología de producción de los pigmentos negros que ceramistas de los períodos Tardío e Inca en el NOA emplearon para pintar estos recipientes tradicionales.
En un intento por aproximarse a las prácticas culturales y artísticas de las comunidades ancestrales del NOA, un equipo internacional conformado por científicos y científicas del CONICET en el país y de Dinamarca llevó a cabo una serie de estudios con el propósito de revelar las tecnologías de producción de los pigmentos hallados en las pinturas de vasijas cerámicas de la región, durante los períodos Tardío –siglo X al XV- e Inca - siglo XV al XVII-.
El investigador del Instituto de Estudios Socioculturales (IRES, CONICET-UNCA), de la Fuente, es uno de los protagonistas de este descubrimiento que permitió determinar que los recipientes tradicionales, elaborados por ceramistas de la época en el Valle de Abaucán, en Catamarca, fueron creados y pintados – de colores rojo, negro y blanco o crema, antes del proceso de cocción del material- gracias a la combinación de arcilla y de un pigmento mineral que se empleó y que era producido a base de Manganeso molido.
De esta manera, es posible evidenciar el conocimiento que artesanos de ambos períodos tenían sobre los minerales que aplicaban; ya que no sólo eran capaces de identificarlos y extraerlos, sino que, además, conocían los cambios que sufrían cuando eran sometidos a diferentes temperaturas. “El hecho de analizar e investigar los materiales que utilizaron y saber cómo los combinaban para la fabricación de variados colores y tonalidades, mediante técnicas arqueométricas específicas, nos da la posibilidad de acercarnos a sus saberes”, consideró De la Fuente.
La obtención del negro de Manganeso
Las piezas cerámicas, además de objetos, son testigos de las relaciones diversas y profundas que distintas sociedades forjaron a lo largo del tiempo. Todo está intrínsecamente ligado a preferencias estéticas y técnicas de fabricación que definen y distinguen a determinadas culturas, es decir, tanto la elección como la preparación de los colores hasta su uso en diseños y engobes.
Pues bien, a través de distintos enfoques no invasivos y multianalíticos, por medio de la complementación de técnicas de análisis microscópico y químico uRaman (Μrs), de espectroscopía de infrarrojos (FT-IR) y difracción de rayos X (XRD, el equipo de investigación identificó que el color negro fue adquirido gracias a la mezcla del mineral de manganeso mencionado con arcilla. “Se trata de una técnica que ofrecía la ventaja de lograr colores negros bien definidos para aplicar sobre los fondos rojos que caracterizaban la alfarería de esos momentos”, revela el especialista del IRES, y amplía: “Eran logrados a partir de un proceso único de cocción oxidante en hornos (o estructuras de combustión) que fueron hallados en el valle de Abaucán, en la ciudad de Tinogasta.
A través de estos mecanismos se podían obtener, entonces, vasijas de colores negros sobre fondos rojos dado que el manganeso, independientemente del tipo de atmósfera de cocción que se utilice, no cambia su coloración -a diferencia de los negros de hierro que son dependientes de la presencia o ausencia de oxígeno-. “El método más sencillo consistía en el procesamiento de minerales como los óxidos de manganeso (MnO) para la elaboración de una pintura aplicable sobre las superficies rojas de estas vasijas, pertenecientes a lo que denominó como culturas de Belén, Sanagasta e Incaicas”, explica el investigador.
Otra ventaja residía en la sencillez y rentabilidad del proceso en cuestión, fácilmente empleado para crear, pintar y hornear grandes vasijas. Al respecto, De la Fuente reconoce: “Es interesante destacar que esta técnica de producción del color negro continúa vigente ya que el Mn sigue siendo el mineral colorante utilizado entre los y las ceramistas tradicionales de la zona en la actualidad”. Asimismo, confiesa que en estudios previos ya habían demostrado que para lograr los distintos tonos de rojo -que se aplicaron en forma homogénea en toda la superficie de las vasijas- se utilizaron los óxidos de hierro o hematitas; no así para para la obtención del color negro, que dependía de la implementación de distintas técnicas para ser producidos.
Por último, admite que este es un primer paso para el conocimiento no sólo de las relaciones que estas comunidades establecieron con sus territorios, sino también a la forma en que ese acervo y valores ligados al uso del color posibilitaban la articulación de dichas comunidades con sus vecinos, ancestros y las distintas entidades que habitaron sus mundos según sus creencias”.
Cabe mencionar que el equipo de trabajo que se compuso de la siguiente manera: Guillermo A. De La Fuente, Laboratorio de Petrología y Conservación Cerámica, Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca – Instituto Regional de Estudios Culturales y Sociales (IRES), Catamarca, Argentina; Mara Basile, Instituto de las Culturas (IDECU), Universidad de Buenos Aires - CONICET, Buenos Aires; Mariela Desimone, Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA), CONICET, Universidad Nacional de Mar del Plata, Buenos Aires; Kaare L. Rasmussen, Institute of Physics, Chemistry and Pharmacy, University of SouthernDenmark, Odense M, Denmark; Marina G. Martínez Carricondo, Laboratorio de Petrología y Conservación Cerámica, Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca – Instituto Regional de Estudios Culturales y Sociales (IRES), Catamarca;
Guillermo Rozas, Laboratorio de Optoelectrónica y Fotónica, Centro Atómico Bariloche, CNEA, CONICET; Sergio D. Vera, Laboratorio de Petrología y Conservación Cerámica, Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca–Instituto Regional de Estudios Culturales y Sociales (IRES), Catamarca; Juan P. Tomba, Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA), CONICET, Universidad Nacional de Mar del Plata, Buenos Aires, Mar del Plata; Esteban Crespo, Laboratorio de Microanálisis (LABMEM), CONICET, San Luis.